domingo, febrero 25, 2007

Tormentas y atormentados

Después de las tormentas se respira una tranquilidad espeluznante, todo está mojado y quieto. Como la gente todavía está refugiada en sus confortables nidos el único ruido son las pequeñas gotas que se deslizan por los árboles y caen finalmente formando pequeños charcos a su alrededor.
El olor es especial, nunca sé la mejor manera de describirlo, a tierra mojada, a césped cortado, a asfalto viejo, quizás a cuero mojado o a madera con moho...
Cuando era pequeña me daban mucho miedo, pensaba que se producían como consecuencia a todo el odio de la gente, y si había relámpagos sentía como si el destino nos estaba juzgando balanceándose entre el bien y el mal. Yo nunca fui de las que creí en los dioses y los angelitos tirando agua y enfadándose y esas cosas. Aunque no me privé de pensar que detrás de las nubes había otro lugar completamente distinto donde la gente vivía sin miseria, tranquilamente saltando entre las nubes. Se me acabó pronto la ilusión cuando monté en avión y pude llegar al otro lado de las nubes y ver que no había tal mundo. Pero todavía, a veces, cuando quiero sentirme como en casa en aquella época de mi vida pienso en los habitantes de las nubes. Me los imaginaba tan ligeros que eran casi transparentes, se movían como las plumas llevadas por el viento. Organizaban unas grandes fiestas y comían sus manjares celestiales. Su trabajo se trataba en evitar la infelicidad y mantenerse felices hasta su muerte. Sí, en ese mundo también existía la muerte. Incluso a esa temprana edad tenia muy claro que las cosas nacen y mueren, supongo que se debió a la muerte de mi abuelo cuando yo tenía tres años.

Me encanta formar parte de la tormenta, si estoy en la calle me dejo mojar por la lluvia y si estoy cerca de la playa me acero a ver como el mar poco menos que entra en un estado de furia y no paran de pelearse las olas con las rocas y las rocas con el cielo. Todo se mezcla formando algo parecido al agua y aceite cuando están juntos y remueves pensado que se van a unir.
Si estoy dentro de casa y me aguardo de coger una gripe, miro por la ventana lo más atentamente posible, todo lo que sucede. Desde las primeras gotas que hacen revivir los matojos secos sacándolos brillo hasta las últimas que arrastran toda la suciedad de la tierra. Las primeras me hacen gracia, parece como las hojas de los árboles sonríen a cada gota como si les hicieran cosquillas, me duele ver cuando las gotas se vuelven carnosas y caen con rabia porque las pobres se intentan poner a cubierta pero no pueden porque ellas son la coraza que da vida y protege al corazón que reparte la salvia por sus venas.

Supongo que así me siento ahora como después de una tormenta.

1 comentario:

Yanneck dijo...

não sou um grão de areia
apenas um grão de gelo...
amanhã já cá não estarei
e tu sorrirás...