martes, abril 10, 2007

Pirineos

Recuerdo cuando era pequeña cuando íbamos de vacaciones al Pirineo y cuando llovía los sapos salían a la calle. Eran unos bichos enormes, entonces quizás los veía grandotes porque yo abultaba poco. Cuando terminaba de llover y salía a jugar a la calle con mis amigas, contábamos los sapos que estaban atropellados y de vez en cuando nos encontrábamos alguno vivo y saleroso. Me dijeron que su saliva era venenosa y que el veneno se guarda en sus verrugas instaladas por todo el cuerpo. Siempre me extrañó que solo salieran cuando llovía, luego se escondían y no sabíamos nada de ellos durante una temporada y hasta la siguiente tormenta.
Mi mejor amiga de los Pirineos vivía en una casa vieja estrecha de tres pisos. Siempre estaba llena de arañas, hasta llegué a pensar que eran sus mascotas, como en los cuentos de los brujos en los que conservan sus animalitos vivos para hacer pociones mágicas. Después de ese pensamiento nunca más me atreví a beber ni comer nada que procediera de su casa. Ella vivía delante del río, solo les separaba un pequeño desnivel y un muro de protección. Una vez me contó que cuando llovía, en el rellano de delante de su casa, se formaba un campo de batalla de sapos, y nunca se atrevía a moverse de su habitación por si las moscas. Me la imagino escondida detrás de la cortina mirando el espectáculo, cerca de su madre. La casa era fría y húmeda, como una torre de infinitas escaleras, no me extraña que todavía recuerda del olor a hechizo. Siempre pensé que su abuelo era el capitán de los sapos, quien les daba órdenes de qué hacer y a quien visitar. Aún no tengo claro si es que el pobre hombre tenía muchas verrugas o solamente mi mente alocada lo dibuja así.
La abuela se conservaba intacta por el desgaste de los años. Creo que cada noche antes de irse a dormir bebía unas gotitas de la sangre fresca de uno de los esclavos de su marido. Para alimentarlos creí que utilizaba las arañas cebadas de insectos que cultivaba por toda la casa. Para guardar su sangre, cada vez que llovía,degollaba a unos cuantos y luego congelaba la sangre, para tener repuestos.

A veces no me puedo creer todo lo que me imaginaba en ese pueblo. Quizás estaba encantado, o yo leí demasiados cuentos en aquella época.

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